Ese día formé parte de una nueva expedición de locos que salíamos en busca del pozo de Las Ánimas. Un amigo guía llevaba anotadas las coordenadas que un expedicionario, dejó registrado en un escrito hacía cien años. Llevábamos permiso, seguro y deslinde de responsabilidad para recorrer esos terrenos. Subimos por Teresa de Calcuta y faldeamos Ayastuy – Ánimas rompiendo la helada con los borceguíes.
Usamos la brújula, el gps y la descripción que el libro hacía, para ubicar el sitio. Después de cuadricular la zona, la repartimos para comenzar a explorarla de manera organizada. Sentimos como el entusiasmo calentaba el cuerpo a pesar de la baja temperatura.
A la hora del almuerzo nos reunimos bajo el árbol que estiraba sus ramas quemadas por un rayo. Y hasta nos imaginamos que la energía del cielo quiso señalar allí el pozo.
Sin embargo, al terminar la jornada sin encontrarlo, llegamos a la conclusión que si el pozo estaba ahí abajo había sido tapado por material sedimentario y por eso no lo veíamos.
En la charla del mate, les conté mi experiencia misterosa vivida en ese mismo lugar.
“Subí a ánimas con dos amigas y por esta zona nos sentamos a descansar. Una de ellas mandó un mensaje y cuando quiso sacar fotos del lugar, no pudo acordarse del patrón de desbloqueo del celular. Pensó que era momentáneo, pues llevaba dos años usando el mismo. Pero llegó la hora de bajar y nada, ella creyó que algo o alguien de aquí, se lo había borrado de su memoria. Al tiempo me contó que tuvo que resetear el celular,… ¡No lo recordó más! Como si las ánimas robaran claves y patrones. ¡Y eso pasó por acá…!
Mi relato sumó chances a la idea que estábamos cerca, por eso pensamos que en la próxima salida llevaríamos un rabdomante y palas para cavar donde él dijera.
Antes de partir uno de mis compañeros profetizó: “Así como el tiempo lo tapó, el agua colándose hacia el interior hará colapsar el material blando y el ojo oscuro de la tierra se abrirá de nuevo al cielo”. Coronamos el presagio con una correspondiente carcajada grupal.