Microrelatos: Ayastuy

La noche en la sierras nos movió un mar de emociones en esta avventura.

Esta historia ocurrió en Ayastuy. Es la sierra que está más cerca de la ciudad, se la ve adelante de   Las Ánimas y por eso parece más alta.

Allí fui a recibir la luna llena de otoño con un grupo de caminantes. A mitad de la subida, en la explanada tipo balcón paramos a descansar. La ciudad a lo lejos prendía su noche, mientras en la penumbra, el guía nos contó su historia:

Cuando yo era un niño y Tandil un puñado de casas, me parecía que las sierras eran enormes y quería conocerlas. Por mi barrio veía pasar a un hombre vestido con bermudas, tiradores y llevaba un palo como bastón. Cuando me enteré que venía a las sierras lo busqué como amigo y compartimos muchas aventuras, acá y en otros lugares. En el momento que él murió le propuse a su familia llamar a esta sierra sin nombre, con su apellido vasco: Ayastuy.

Luego de los comentarios, nos pusimos nuevamente en marcha y surgieron diferencias acerca de la dirección a tomar. El guía dijo que el camino elegido era ascender hasta la parte más alta y girar a la izquierda para ubicarnos en el comienzo de la planicie de su cima, desde donde se ve muy clara la salida de la luna. Si, Ayastuy en lo alto, está atravesada por un pasillo llano de unos veinte metros de ancho que corre de sur a norte. Otro grupo comentó que se podría tomar a la izquierda en ese momento, para encontrarlo y subir desde el norte. Pero, el guía dijo que iríamos por el camino programado.

Cuando los haces de luz de las linternas de la fila india se reflejaron en las piedras, noté que éramos menos. Un grupo se había separado. En mi cabeza se dibujó la ladera por la que iban a ir, recordé que las señales eran visuales y me imaginé que las verían deformadas por la noche y las linternas, pensé en el desfiladero con piedras difíciles de subir y en el enorme hueco de cantera un poco más alejado, donde alguien cayó dejando allí su vida. Y aunque todos conocían esos lugares, la noche agrandaba mis fantasmas.

Nosotros seguimos sobre un sendero visible y el guía con un par de compañeros salieron a buscar a los disidentes. Llegamos al rellano alto de Ayastuy, nos sentamos con el mate y el oído atento a voces humanas. Las conversaciones livianas y los chistes habituales habían dado paso a un silencio preocupado.

La luna comenzó su recorrido por el cielo con gusto a incertidumbre y bañada de temor. Cuando las piedras se pusieron blancas y el pasto plateado, escuchamos murmullos y vimos al grupo acercarse por atrás. ¡Estaban todos! Con risas forzadas y conversación gritada.

Ayastuy fue testigo de esto tan humano como son las emociones. Desde su sabiduría de madre tierra recibió en su mineral a los corazones bombeando broncas, alegrías, tristezas y sueños rotos.

Porque, aunque la luna seguía allí, enorme, iluminando los rostros y todos estábamos bien, el paseo nos mostró que la luna brilla más si hay paz interior.