Microrelatos: Un cuenco en la sierra

Un día llevé a alguien a hacer una meditación en Las Ánimas, y esa sierra siempre nos deja sorpresas.

Carina vivía en capital. La noche anterior había soñado que en Tandil había un lugar donde miles de almas estaban esperando a que ella fuera con su cuenco para ayudarlas a partir. Eso la decidió a viajar. Se contactó conmigo porque me conocía de un curso que hicimos juntas. La esperé en la terminal y aunque no me acordaba de su cara, la reconocí por el enorme cuenco de cristal que traía. Se alojó en casa y de acuerdo a lo que ella me contó decidí llevarla a Las Ánimas, junto con otra amiga.

Era verano, entre el viento y el sol, en poco tiempo quedamos las tres bronceadas. El gaucho que cuidaba el lugar (que nos caló al vuelo) nos dejó pasar bajo promesa que no prendiéramos velas ni esas cosas.

Llegamos al lugar que yo llamaba “el corazón”, ubicado en el centro de la depresión entre Ánimas y Ayastuy. Luego de un tiempo de silencio para integrarnos con el lugar, Carina comenzó a tocar el cuenco, nuestras voces se sumaron planeando sobre los armónicos. Las piedras danzaron en el aire caliente. El tiempo quedó atrapado en una burbuja.

No se presentó ningún ángel ni aterrizó ningún ovni. Sin embargo, bajamos de las sierras con la sensación que algo de eso había ocurrido.

Al otro día excitadas compartimos las fotos. Mi celular había quedado apoyado sobre una piedra e hizo muchas tomas, quizás pulsadas por el viento.

¡En ellas se veía la burbuja! Aire sobre aire, un cambio en la nitidez de la imagen y adentro… nosotras y el cuenco.